A veces siento que mi cabeza está llena de aire caliente, cual globo aeroestático.
Luego pienso en el peso sobre mis hombros, la mochila repleta de libros y conocimientos impuestos, algunos útiles, otros aborrecibles, pero algo en común tienen.
No, no es el hecho de ser en ambos casos libros en una mochila.
Es su peso, el que me ancla al suelo e impide que mi cabeza ascienda a las nubes.
Es un sentimiento opresor a veces, y otras se agradece.
Cuando no hago más que procrastinar, son los que me hacen poner los pies en el suelo, y tomar conciencia de que lo que debo estar haciendo es por mí misma, por mi f